Hay brujas por todas partes. Esprobable que haya una viviendo en nuestra calle en este instante.Bueno, es hora de que te vayas a la cama. —Tan cierto como que estoy aquí sentada —ha dicho ella—. Es una especiede milagro.—¡Eso es casi nueve pulsaciones por segundo! —grité, después decalcularlo mentalmente.—Exacto —ha dicho—.

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Era una suerte de acentoextranjero, algo áspero y gutural, Marvelvsdc.Faith y aparentemente, tenía dificultad parapronunciar algunas letras. Hacía una cosa rara con la r. La hacía rodar en laboca como si fuera un pedazo de corteza ardiente y luego la escupía. Nadie te ha visto todavía.

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—Era un chaval que se llamaba Bruno Jenkins. A él le cogieron antesque a mí.Mi abuela sacó un puro largo y negro de una caja que llevaba en elbolso y se lo puso en la boca. Entonces sacó una cajita de cerillas y encendióuna, pero sus dedos temblaban tanto que no lograba acercar la llama alextremo del puro. Cuando, al fin, lo encendió, dio una chupada extendida y setragó el humo. Eso pareció sosegarla un tanto.—¿Dónde sucedió?

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Muy despacio, la joven de la tarima levantó las manos hacia su cara. Este arreglo creará una atmósfera retro en el interior, que se puede conjuntar con carteles de películas de forma directa de los años 60. —Más aún —ha dicho mi abuela, con determinado regodeo—, para una brujaolerías a caca de perro fría.—¡Eso no es cierto, sencillamente! Si lo supiéramos, podríamos desarraigarla ydestruirla. —pregunté.—Nadie lo sabe —ha dicho—. Además de esto, conjuntar los cuadros aesthetics en el vestuario es una forma divertida de expresar la personalidad y hacer looks únicos. —preguntó Bruno.—Sí —ha dicho ella—, si prometes portarte bien.

—dijo.De repente vi que una camarera venía por el pasillo hacia nosotros. Enseguida me di cuenta de que era la que me había denunciado al director portener ratones. Por lo tanto, no era la clase de persona que yo deseabaencontrarme en mi condición de hoy.—¡Veloz! ¡Escóndete en uno de los zapatos! Di un brinco y me metí en un zapato y Bruno se escondió en el otro.Aguardé que la camarera pasara de largo.

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Todas parecen señoras simpáticas.Haz el favor de investigar el dibujo que hay bajo estas líneas. Ah, a propósito, te das cuenta de que tienes cola, ¿no? En una cucaracha, por ejemplo.—¿Convertirme a mí en una cucaracha? Vivíajusto enfrente de nosotros. Usted se negó a aceptarle.—¿Qué demonios quiere usted decir, señora?

En ella brotan respuestas cognitivas propias de cada sujeto y ésta es la columna vertebral de su futura personalidad. De esta manera consiguen disfrutar de sus heroínas cotidianamente. Esto crea una conexión día tras día con la actividad que aman y escogen para su vida. Al usar su predisposición y sus colores para componer un estilo dentro del cuarto estamos creando una atmósfera conveniente para fantasear. Muchas veces precisan sentirse a gusto en su cuarto y suelen fantasear día y noche con ser artistas reconocidas.

Me contó que Leif, la Marsopa, se quedó conellos toda la tarde y que llevó a sus hermanos y hermanas montados en sulomo y ellos lo pasaron estupendamente. Luego les saludó agitando unaaleta y se distanció nadando, y jamás mucho más lo volvieron a conocer.—Pero, abuela —dije—, ¿de qué forma supieron que la marsopa era Leif enrealidad? —Él les charló —ha dicho mi abuela—. Rió y bromeó con ellos todo el ratoque estuvo paseando a sus hermanos.—Pero, ¿no se armó un jaleo horrible en el momento en que sucedió eso? —pregunté.—No bastante —dijo mi abuela—. Ten en cuenta que aquí, en Noruega,nos encontramos acostumbrados a estas cosas.

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Lasvisitas dejan sus paraguas apoyados en él.Si bien yo era pequeñísimo, no estaba dispuesto a creerme todo lo queme contara mi abuela. Sin embargo, charlaba con tanta convicción, con tanabsoluta seriedad, sin una sonrisa en los labios ni un destello en la mirada,que yo me hallé comenzando a dudar. —Estoy tratando de decirles, lo más delicadamente que puedo, que Brunoestá realmente en mi bolso —dijo mi abuela—. Mi nieto las viohacerlo.—¿Vio a quién realizar qué, por Dios santurrón? Buscó en subolso y encontró a Bruno. Lo sacó y lo dejó encima de la mesa de cristal.

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Las encías parecían carne cruda.Siempre y en todo momento es un choque conocer que te están observando cuando creesque estás solo.Y además, ¿qué hacía esta mujer en nuestro jardín? Noté que llevaba un sombrerito negro y unos guantes negros que lellegaban hasta el codo.¡Guantes! Me has dicho que hubo cinco en total. —¿Deseas ofrecer una calada a mi puro?

Ella tenía un modo de acariciarme con la yemade un dedo tras las orejas que me encantaba.—¿Cuántos años tienes tú, abuela? —pregunté.—Ochenta y seis —ha dicho.—¿Vivirás ocho o nueve años más? —pregunté.—Es posible que sí —dijo—. Con algo de suerte.—Tienes que vivirlos —dije—. Porque para entonces yo seré un ratónmuy viejo y tú serás una abuela viejísima y poco después nos moriremosjuntos.—Eso sería especial —ha dicho.Entonces me adormilé un ratito.